Tikal, en Guatemala, fue un gran centro ceremonial maya y es uno de los restos arqueológicos de mayor importancia que se conservan de esta enigmática civilización.
Los primeros pobladores de Tikal llegaron hacia el año 700 a. de C. y la primera evidencia de construcciones se fecha hacia el año 500 a. de C. En los años siguientes el arte y la arquitectura evolucionan notablemente.
Tikal se consolida como el enclave más importante de las tierras bajas y punto de unión de las rutas comerciales. Su influencia se extendió desde Copán, en Honduras, hasta Yaxchilán en el río Usumacinta, frontera con Méjico.
A mediados del siglo VI sufrió un retroceso debido al declive de su gran aliado Teotihuacán. A partir de entonces las ciudades de las planicies se independizaron y Tikal nunca más volvió a dominarlas, aunque siguió siendo la más importante revitalizada por una relevante dinastía dirigente que continuó la construcción de magníficos templos hasta el año 889.
El declive de Tikal permanece como un misterio; fue hacia el siglo X cuando la civilización de esta zona sufrió un colapso, -quizá debido a terremotos, revueltas populares o desequilibrios medioambientales consecuencia de la superpoblación-, haciendo que sus habitantes emigraran hacia el Yucatán. Desde entonces la ciudad nunca más fue habitada.
Durante la conquista española el primer dato que se conoce de su existencia es de 1695, cuando el sacerdote Avendano se perdió en los pantanos y encontró las ruinas.
El desinterés por el Petén permitió que la selva se adueñara de esta zona, hasta que en 1848 la expedición de Modesto Méndez redescubriera la ciudad.
Cualquiera que sea la ruta elegida para recorrer estas extensas ruinas, siempre habrá oportunidad de caminar por senderos donde la selva es tan espesa que apenas llega la luz del sol y los ruidos extraños hacen intuir la presencia de animales.
Los templos de Tikal, los más altos del continente americano, surgen entre la espesura de la jungla pudiéndose observar desde sus cúspides lo maravilloso del paisaje y escuchar los aullidos de los monos, los graznidos de los pájaros e impregnarse del olor de la selva.