Pisar este Parque Nacional y contemplar sus paisajes es sumergirse en el tiempo; un tiempo sin tiempo que puede ser ayer o hace cien años porque el ciclo de la vida se repite inexorablemente, plantas y animales nacen, crecen, se reproducen y mueren en un medio en el que poco ha intervenido la mano humana; presencia que se nota, sobre todo, en los cotos.
Pero es en las dunas donde la naturaleza permanece sin esa interesada intervención y contaminación humanas; pasear por este paraje en el que te hundes en las finas arenas blancas que crean un paisaje de dunas móviles o vivas, que avanzan desde la playa hasta el interior y cuyas ondulaciones, que se desplazan de tres a seis metros al año, producen los llamados corrales donde los pinos quedan atrapados.
Observar todo esto es ver la naturaleza en su estado más puro y pasear por la solitaria playa virgen de unos treinta kilómetros desde Matalascañas hasta Sanlúcar de Barrameda, la más larga de Europa, es adentrarse en el paraíso.
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