Desde la orilla del río en la que se encontraba observó que la corriente era hacia la izquierda pero, pensó, que si estuviera en la orilla de enfrente entonces la dirección sería hacia la derecha. Todo dependía del lugar donde se hallara, aunque inexorablemente las aguas siempre irán hacia abajo, hacia el mar... Ellas no pueden cambiar su curso, ni las cosas que por azar viajan en ella pueden escapar a esa corriente que todo lo arrastra aguas abajo.
Yo no soy una cosa,-dijo para sí-, soy una persona y puedo intentarlo. Iré en contra de la corriente, nadaré aguas arriba, hacia las montañas. No lo pensó más, se lanzó al río y nadó...Conseguiría vencer a la corriente; lo había deseado siempre. Allí, así permaneció largo rato, varias horas, luchando contra ella, dominándola, doblegándola, venciéndola.
Pasaron varios días y algunos kilómetros más abajo unos agricultores sacaron del río a un hombre que flotaba en sus aguas, y al depositar sobre la tierra aquel cuerpo hinchado vieron en el rostro, cerúleo y macilento, la expresión beatífica y serena de quien ha alcanzado el paraíso o, quizás, fuera la expresión bobalicona de quien vive en el limbo.
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