He aquí una visión resumida de un viaje que hice a la isla de Pascua, también llamada Rapa Nui por sus habitantes, en el año 1999.
La isla de Pascua debe su nombre al almirante holandés Jacob Roggeveen que el día de Pascua del año 1722 avistó una isla que no figuraba en sus mapas y le puso el nombre de Paasch Eiland.
Esta isla es quizá uno de los lugares del mundo más aislados por el océano, que unidos a esta situación geográfica los vientos dominantes y las corrientes marinas la dejaron durante muchos años fuera de las áreas de navegación de la época.
Hanga Roa es la tranquila capital donde viven la casi totalidad de los pascuenses; esto se debe a que la isla fue arrendada por el gobierno chileno a una compañía privada, dedicada a la crianza de ovejas, que construyó un muro alrededor de Hanga Roa y prohibió a los isleños traspasar esa frontera. El centro urbano consiste en unas pocas calles adoquinadas, casas la mayoría de una sola planta y, por supuesto, escaso tráfico.
Anakena en un lugar tranquilo y solitario con una playa en forma de semicírculo de fina arena blanca y aguas transparentes. Según la tradición en esta playa desembarcó el ariki o rey Hotu Matúa a la cabeza de una sociedad compuesta por la familia real, los sacerdotes, guerreros, sabios, además de agricultores, pescadores, artesanos que venían de una lejana tierra en dos grandes embarcaciones y traían consigo tablillas de madera, llamadas rongo rongo, donde estaban escritas leyendas y genealogías; además de plantas y animales que les serían de gran utilidad en un territorio de escasos recursos.
El ahu es una plataforma con grandes losas sobre las que se apoyan las grandes esculturas de los antepasados del clan: los moai, que están orientados hacia el poblado y de espaldas al mar.
A veces se colocaban sobre la cabeza de estas estatuas el pukao, hecho de toba o escoria roja, a modo de sombrero pero algunos dicen que representa el pelo teñido de rojo y recogido en un moño, como llevaba el rey.
Después que el moai era colocado en la plataforma del ahu, el rey o ariki vestido con una una larga capa, tocado con una corona de plumas blancas y adornado con pectorales y pendientes de madera, presidía la ceremonia en la que se investía al moai del poder simbólico que protegería al linaje y al territorio. Era el momento en que se le engastaban los ojos de coral blanco y obsidiana, y se le ponía el enorme sombrero.
Visitar el volcán Rano Raratu es uno de los momentos más interesantes de la estancia en la isla de Pascua o Rapa Nui. Las canteras, los talleres al aire libre, el cráter, las paredes desnudas del volcán y más de 300 moai en todas sus fases de elaboración, producen una gran impresión.
A los pies del volcán Rano Raratu se extiende una llanura hasta el mar y al final de ella está el ahu de Tongariki, el más grande de todos, que con sus 200 m. de longitud y sus 15 gigantescas estatuas, que miran con las enormes cuencas vacías de los ojos, nos hace sentir, una vez más, admiración hacia sus enigmáticos constructores.
Cráter del volcán Rano Kau con su laguna parcialmente cubierta de totora. Su profundidad es de 200 m. y su impresionante diámetro mide aproximadamente 1.600 m.
Cerca de la capital Hanga Roa se encuentra este volcán y en su cumbre la aldea ceremonial de Orongo, donde tenía lugar la investidura del Tangata Manu (hombre pájaro).
Desde el último peldaño de la escalerilla y antes de entrar en el avión que me llevará lejos de esta isla, vuelvo la cabeza y miro por última vez una tierra a la que supongo, por lo lejana nunca volveré, y un deseo en lengua rapanui lanzo al aire: ¡Vairua! (suerte)
Porque vairua dejó de acompañar a los nativos de esta isla cuando fueron despojados de sus tierras y confinados en un pequeño terreno, cuando fueron esclavizados, cuando padecieron la viruela y la lepra, cuando fueron raptados por los tripulantes de barcos norteamericanos que los violaron y después los arrojaron al mar, cuando fueron tiranizados por un déspota francés, cuando poseídos por el hambre se comieron unos a otros, cuando sufrieron violentos enfrentamientos de unas tribus con otras,... pero, a pesar de todas estas desgracias y de haber perdido la memoria sobre su remoto pasado, siempre serán los descendientes de aquellos que en un tiempo lejano tallaron esos colosos de piedra que desafiantes a las fuerzas de la naturaleza y a la historia permanecen mudos sin desvelar la identidad de sus autores.
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