jueves, 30 de enero de 2014

Dolor

 
          Resulta casi imposible soportar el dolor que atenaza mi cabeza, que presiona mis huesos hasta hacerlos gritar desesperadamente y que la sangre que fluye por mis venas y arterias martillee desconsiderada y caprichosamente algunas zonas de mi cráneo.
 
           En el confortable sofá solo pienso en mi cabeza sufriendo que me duela. Las sienes aguijoneadas por alfileres imperceptibles, hacen que lleve las manos hasta ellas acariciándolas con suavidad ante el más leve ruido; los ojos doloridos por la luz; los oídos enloquecidos por ramalazos punzantes...Ya no puedo resistir más, el dolor es más que doloroso.
 
 
            Cierro los ojos, estoy mejor. ¡Oh, qué bien! Veo luces blancas, centelleantes, informes; pero tengo una sensación extraña: la cabeza. La cabeza me crece, ¡no puede ser! Abro los ojos y compruebo, con las manos, que tiene las mismas dimensiones de siempre. Me tranquilizo.
 
             Vuelvo a cerrar los ojos, otra vez lo intuyo, lo percibo, lo siento; mi cabeza aumenta de tamaño. Crece y crece, se infla como un globo, se hincha como una pelota. Vuelvo a abrir los ojos y solo veo la oscuridad... Ya llega al límite, ya está a punto de estallar, ya va a explotar, ya me liberaré del dolor...
 
              Sangre chorreando por las paredes, materia blanquecina pegada en la lámpara y muebles... y un muñeco sin cabeza tendido en un sofá.
 
 

 

 
 


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